"Nadie dice una palabra, nadie interviene, nadie respira mientras el acróbata camina por la cuerda floja"
L. Durrell
sábado, 21 de noviembre de 2009
"Necesito una dosis de realidad"- añades. Te confieso que ya lo sé.
Decido romper los espejos que me son, confiriéndome automáticamente la tabla del siete en maldiciones y desgracias.
Las miradas se sostienen en el vacío, como por arte de magia. Gravedad cero.
“¿Cómo te llamas?”- empiezas, “y me sé los diálogos de El último tango en Paris”, matizas tapándome las salidas.
Te cuento por nombres y apellidos lo que dicen que soy. Sonríes. Me relatas de donde vienes y yo te escucho como alguien que intenta con su compás realizar un buen círculo. Destrozamos la imaginación con miligramos de realidad, electrocinética, la transformamos en otra cosa. Somos Clarice Starling y Annibal Lecter en nuestro particular quid pro quo, bromeo. Aunque en el fondo pienso más en Tom Waits y en Kate Winslet. Te lo digo
“Todos tenemos un Titanic”, sueltas como un jugador de bolos, “una historia de amor tan estúpida y falsa como un gran iceberg en el atlántico norte”
Intercambiamos pecados: todos mis libros de poesía tienen manchas de chocolate; los tuyos están subrayados y escritos en los márgenes.
Intercambiamos cicatrices. “Las personas heridas son peligrosas porque saben que pueden sobrevivir”- me dices o me recuerdas. Sonrío.
Te confieso que lo primero que olvido de una persona es su voz. Lo último que recuerdas de alguien es su olor.
Al final me lo explicas “ Quiero saber si sois la persona que vertería veneno en su copa o en la de su enemigo”
Recojo tu invitación, Buttercup, como un guante… ;)
Me cogiste de la mano y me llevaste al cuarto de baño. Lentamente me enseñaste tus nuevas cicatrices: ésta en la muñeca, ésta en la nuca, ésta en el brazo. Yo te miraba fascinado, intrigado por saber de dónde te había llegado esa fortaleza. Se te veía tan bien que me dabas miedo. Me gusta sentir miedo.
Cuando salimos la ciudad era un juguete chino de colores brillantes. Bailamos y bebimos como si nos gustara bailar y beber, como si nos gustara la música y los licores. Tu alegría ahora era más sólida, me podía agarrar a ella sin hundirme.
Al llegar a casa me besaste y yo salí corriendo.
Cuando terminé de dar la vuelta a la manzana, allí estabas: consciente del poder de tus besos boomerang. La última vez tardé un mes en regresar. Estoy mejorando la técnica, replicaste.