martes, 6 de octubre de 2009

Pirólisis I


" Hoy voy a creer en ti"

y se me quedaron las manos

atrapadas en tu barro

de chocolate.


Todo esto estaría bien

sino viera arder la cama

y tú no te limitaras

a entretenerte con

las llamas,

a ver como cambian

de color.


En algún lugar,

detrás de este humo,

se esconde tu sonrisa

nórdica

y tu aliento

a caramelo de menta.


Lo sé. Me repites:

"El humo nunca esconde nada"

No importa.

Soy alérgico a las esquimales

con ínfulas de musas

que dejan tras de sí

delicadas pisadas

de

hada .

1 comentario:

  1. Llegas tarde. Un arañazo de gato surca tu mano como un tatuaje improvisado y es la única parte de ti que puedes ver al caminar. Los tacones de tus botas resuenan armónicamente en las calles desiertas y cada paso es una campanada perdida que te recuerda a tu calabaza y la última frase de algún hechizo. En tu mente, sólo resuena una frase “¿Por qué no me lo dijiste?”. Finalmente llegas a un local que sólo él podría haber escogido. Suena una canción cuyo nombre no recuerdas, mientras le buscas entre las mesas. Crees reconocerle a las 12 de aquella pareja que toma chocolate, le ves, pero no estás segura de que él sea él. Te acercas y tomas una silla, mientras saludas tímidamente. Te sonríe como si el cigarrillo que sostiene entre los labios fuera parte de su boca. “¡Cuánto tiempo!” se te ocurre decir, pero ahogas el tópico rompehielos y esperas que él inicie la partida. Pero no lo hace, te mira entre divertido e intrigado, como si en el aire aún flotara aquella última pregunta que te hizo tiempo atrás, esa que aún no has respondido. Finalmente, te lanzas. “¿Quieres saber cómo te reconocí?”. Él asiente. “¿Has oído hablar de los anillos redro? Son los anillos que se forman en los árboles y en las astas de los animales. Marcan los principios y los finales de las cosas. Se dice que en los humanos, esos círculos los labran los duelos. Un buen observador sabe reconocerlos y comparar su morfología”. “¿Los nuestros se parecen?” pregunta. “Podríamos intercambiar algunos, sí” concluyo. “¿Por qué no me has escrito?” susurra. No respondes. No sabes qué responder. Te gustaría decirle que es imposible escribir un remitente en un sobre cuando no sabes dónde estás. Entonces él comienza a hablar de ella. Gesticula mucho y te mira a los ojos mientras el humo de su cigarrillo se interpone entre ambos. “El humo nunca esconde nada” piensas, mientras recorres a través de sus ojos el familiar rastro de pisadas de hada. Sientes frío y, de repente, vuelve el eco: “¿por qué no me lo dijiste?”.

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